Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 16 de enero de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 112, 3269-3271
Tema: Crítica de Sagasta a la actuación del Gobierno

El Sr. SAGASTA: Yo, en efecto, me habré conducido hoy como un principiante; pero S. S. se ha conducido como uno que repara poco en aquellas palabras y en aquellos procedimientos que preceptúan en las buenas relaciones parlamentarias entre nosotros en este sitio, y hasta los buenos principios de educación en la sociedad. (Grandes aplausos en la minoría fusionista.- El Sr. Presidente llama al orden.)

Yo he juzgado la conducta política de S. S., porque a ello tengo derecho y a ello tienen derecho todos los representantes del país, sin meterme en absoluto para nada en cuanto pueda referirse a la personalidad del Sr. Silvela como particular, ni mucho menos a su vida privada. (Rumores.- El Sr. Silvela: Pido la palabra.) ¿Qué significa indagar los móviles que pueden impulsar mis acciones fuera de mi conciencia recta y de mis sentimientos políticos, para irlos a buscar en tertulias que S. S. no conoce, porque si las conociera, no diría lo que ha dicho? Yo, Sr. Silvela, no tengo tertulia, yo no he tenido nunca tertulia; sólo algún pariente y algún amigo íntimo de la infancia han ido y van a mi casa a la hora de descanso, cuando fatigado por los quehaceres políticos me retiro a mis habitaciones. ¿Y sabe S. S: la condición con que van allí? Con la de no hablar de política, y sobre todo, con la de no hablar mal de nadie; por eso no ha honrado nunca aquella tertulia el Sr. Silvela; pero tengo la seguridad de que si el señor Silvela hubiera ido una noche, no habría vuelto más, porque S. S. no puede dejar de hablar de política, ni puede dejar de hablar mal de todo el mundo. (Muestras de aprobación en la minoría.)

Yo no he faltado ni en poco ni en mucho a los respetos personales a S.S., yo he hecho un juicio de la crisis, he hecho una crítica de la conducta política de S. S. en esta crisis, que más bien le favorecía que le perjudicaba, porque yo daba a S. S. un carác-[3269] ter de formalidad que ahora, por lo visto, S. S., ya que aquí ha hablado de arroyo, lo arroja por el arroyo. En la crítica que yo hacía de la conducta del señor Silvela en la crisis, dejaba a salvo el carácter íntegro y su formalidad; pero la conducta de S. S. esta tarde lo echa todo por tierra. Su señoría me paga de esta manera. ¡Así paga el diablo a quien le sirve!

Yo he juzgado la conducta política de S. S., deduciéndola de los antecedentes que me ha dado, de las frases que aquí ha pronunciado y de los actos que S. S. ha realizado, Yo he dicho que S. S. se había disgustado al ver la aproximación del Sr. Presidente del Consejo al Sr. Romero Robledo y al considerar que otros personajes del partido conservador ansiaban, con mal disimulada impaciencia, la pronta vuelta del hijo pródigo al hogar paterno, sin aquella larga expiación que sólo podía terminar con una confesión pública y general de sus culpas y con prueba, pública también, de sincero arrepentimiento. Eso lo ha dicho aquí S. S. muchas veces, y no lo ha dicho fuera, ni yo he tenido que recogerlo en ninguna parte. Yo he sacado las consecuencias de la conducta de S. S. para con el Sr. Romero Robledo, cuando unas veces le ha dicho que estaba enfermo, después que estaba loco y por último, que ya estaba desahuciado. ¿Cuándo hablaba formalmente el señor Silvela: cuando decía eso, o ahora que dice que el Sr. Romero Robledo es una necesidad para el partido conservador? ¿Cuándo era formal el Sr. Silvela: cuando hablaba de aquella asombrosa independencia de espíritu que tenía el Sr. Romero Robledo, o ahora, creyéndole un elemento necesario, indispensable para que el partido conservador, marche? ¡Pobre partido conservador, si no puede marchar sin ese elemento juzgado de esa manera por el Sr. Silvela! (Grandes risas en las minorías.)

Su señoría, que supone que yo en el arroyo he recogido rumores para juzgar su conducta política, ha cogido del arroyo rumores para juzgar la mía y para meterse hasta en mi vida privada. Pero todo eso se lo dispenso a S. S., porque S. S., que tiene mucho talento, tiene dominado la mayor parte de las veces ese talento, tiene dominado la mayor parte de las veces ese talento por una intención que no puede sujetar y que va siempre más allá de lo que S. S. desea, y, sin querer, hace daño hasta a sus propios amigos, siendo de aquellos caracteres que no van contentos y satisfechos al reposo nocturno si no han hecho algún mal. (Muy bien.) Ese carácter de S. S., independiente por lo mismo, porque no sigue más que los impulsos de su conciencia y sus nobilísimos sentimientos, tiende a hacer daño hasta a las personas con cuya amistad se honra. Pues prefiero el mío al de S. S.; y no sólo lo prefiero yo, sino que tengo la seguridad de que lo preferirán todas las personas que me rodean y las que rodean a S. S. Yo no he traído rumor alguno, yo no me he hecho cargo de nada sin fundarme en antecedentes políticos conocidos de todo el mundo y en datos parlamentarios, y por lo mismo no he podido hacer caso ni he tomado en cuenta el rumor de que el Sr. Gamazo se uniera a S. S. para que uno y otro sustituyeran a los jefes respectivos del partido liberal y del partido conservador, con ventajas para uno y otro partido. No lo he creído, primero por el Sr. Gamazo, y después porque eso si que hubiera sido un rumor recogido en medio del arroyo, de los que S. S. suele recoger cuando habla del adversario; pero desde luego lo he creído completamente imposible, si no por S. S., por el Sr. Gamazo.

Prescindiendo de las pequeñas miserias que significan las frases de buen gusto con que S. S. ha adornado su discurso, de que no tengo más biblioteca que el periódico El Correo y de que no sirvo más que para suscitar debates en que la pasión domina a la inteligencia y al raciocinio, y dejando esto a un lado, he de decir que yo no hablé de que S. S: rechazara las responsabilidades que había adquirido en el Gobierno. ¡No faltaba más! Aunque S. S. quisiera rechazarlas, no podría.

Lo que dije fue, y eso lo han repetido en todos los tonos sus amigos y se ha dicho en todas partes, que una de las razones que tenía para salir del Ministerio era, que no estando conforme con algunas de las aspiraciones del Gobierno, y sobre todo con su criterio en ciertas cuestiones, no quería S. S: sostener batallas con sus compañeros, en las cuales creía quedar vencido, para no arrostrar la responsabilidad de los actos a que dieran lugar aquellas soluciones. Esto es lo que dije, y esto no significa nada en contra de S. S., porque la razón que tiene un Ministro para irse, puede ser, entre otras, la de creer que el Presidente del Consejo mantiene cierto criterio en determinadas cuestiones y no quiere pasar por él.

Cuestión de orden público. Yo me dirigía al señor Presidente del Consejo de Ministros lleno de buena fe, indicándole lo que ha podido suceder en Jerez, lo que podía haber sucedido por alguna deficiencia que la práctica haya enseñado en las leyes; porque a mí no me cabe en la cabeza que haya podido pasar lo que sabemos en Jerez, sin que las autoridades no lo hubiesen impedido prohibiéndolo tan fácilmente. Y yo digo: ¿no han faltado las autoridades? Pues entonces hay alguna deficiencia en las leyes, y sobre eso le llamaba la atención al Sr. Presidente del Consejo de Ministros; y S. S., que todavía no lo es, ha querido contestarme como tal. Me ha pedido S. S. una opinión, y cuando sea S. S. Presidente del Consejo se la daré de este modo: para dar yo la opinión sobre cómo deben corregirse las leyes, no debe ser S. S. Presidente del Consejo, debo serlo yo. ¡Vaya unos adelantos que se van haciendo en las cuestiones de orden público!

En Málaga no pasó nada; pero las personas importantes de aquella población se retiraron a sus casas después de haber sido apedreadas y manchadas de barro, sin que durante toda una tarde pudiera transitar nadie con seguridad por la población porque hasta fueron arrancados los caballos de los carruajes y apedreadas y maltratadas las personas que iban en ellos; eso en la calle más principal de Málaga, en el centro de la población, al medio día, a la luz del sol, y todavía no sabemos que se haya tomado medida alguna para castigarlo. ¿Es esto un progreso? Pues quédese el Sr. Silvela con estos progresos.

¿Y lo de la Coruña? Tampoco es nada estar dos días sin autoridades, dos días desconocida la autoridad civil y la militar y escarnecida la eclesiástica; eso no le llama la atención al Sr. Silvela ni al partido conservador; eso es producto de la pasión local, que no significa nada. ¿Qué importa que una población esté entregada a esos actos de salvajismo? Para el Sr. Silvela ese es un progreso. ¡Vaya un progreso el del partido conservador y el del sentido jurídico de S. S.! [3270]

Yo no he exigido responsabilidad al Gobierno porque estos actos hayan tenido lugar, sino porque no ha tomado las medidas necesarias para exigírsela a las autoridades que se hubieran hecho acreedoras a ella ante tales sucesos, y porque en vez de castigar a esas autoridades las premia.

Como he de tomar parte en otras rectificaciones, no tengo más que decir al Sr. Silvela, sino que le suplico que atienda un poco más a las conveniencias parlamentarias y a aquellos medios de que se valen las personas que quieren tener relaciones nobles, dignas y leales.



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